Exijo una explicación

Todo lo escrito del punto en adelante es muy en serio. El resto sólo chacota.

Recuerdos apocalípticos

LOS CINES DE BARRIO

Las generaciones de millennials o la generación Z no tienen idea de lo que fueron los cines de barrio. Los cines de barrio desaparecieron paulatinamente para transformarse en bodegas de empresas comerciales, o los más suertudos, en iglesias cristianas aprovechando su gran capacidad y acústica. Otros simplemente fueron demolidos para dar paso a alguna obra inmobiliaria. ¡Qué saben las generaciones actuales de esas entretenidas y largas tardes metido en el cine, con el rotativo de tres películas! Uno entraba después de almuerzo y salía tarde, a veces de noche, con los ojos rojos de tanto mirar la pantalla. Cuando no existía la internet, ni el teléfono celular, y la televisión era un lujo de pocos, una forma de conocer la realidad de otros países, o algún héroe o villano de revistas de papel, era yendo al cine. Pero ir al cine de barrio, que era toda una experiencia diferente a la de los cines del centro. En realidad era para divertirse con el ambiente de jolgorio del público presente. Muchas veces las películas en cartelera eran lo menos importante. Recuerdo claramente un cine que quedaba en calle Irarrázaval, Andes creo que se llamaba, al cual iba con un compañero de colegio. En una escena sensual o romántica, cuando todo el público estaba absorto en ella y en silencio, un espectador se largó una sonora ventosidad o pedo, verdadero o falso nunca lo supe, pero hizo que todo el auditorio se viniera abajo con una carcajada general, uno que otro aplauso, más las consiguientes tallas o chistes alusivos. Obviamente que durante varios minutos nadie siguió poniendo atención a lo que proyectaba la pantalla. Y así era, en general. Las tallas, como les dicen en Chile, o chistes, iban y venían sin importar la película pero siempre había alguien que inventaba algún chiste alusivo a la escena.

Historia aparte era el cine Lira que quedaba cerca de mi casa. No creo haber conocido un cine más ordinario o cutre que el cine Lira. Apenas uno entraba te golpeaba la nariz el olor a orines proveniente de los baños que por cierto nunca conocí y caminaba lo más lejos de ellos. Entre película y película, mientras el operador (también llamado «cojo», pero eso es otra historia) cambiaba los carretes de celuloide, se encendían las pocas luces, y también se abrían unas ventanas por las cuales ingresaba la luz del exterior. Entonces era cuando podías darte cuenta de cuánta gente había y lo peor de todo, de que el suelo debajo de tu butaca tenía una línea húmeda de orín proveniente de más atrás, y que lo habías pisado durante toda la película. El cine América ubicado en la plaza Bogotá del actual barrio Matta Sur era un poco mejor. Ni tanto. Al menos tenía arquitectura de teatro o cine. Con platea baja, platea alta y creo que otra más alta todavía. Las ubicaciones de altura favorecían los encuentros amorosos furtivos. Y también para otro tipo de maldades. Por ejemplo, era muy mala idea ubicarse justo debajo de la marquesina de la platea alta. Podría ser uno víctima de la lluvia dorada de algún gracioso. No sé si esto era peor que lo del cine Lira.

Dicen que el virus del Covid-19 se propagó a partir de un ciudadano chino de la ciudad de Wuhan, que tuvo la brillante idea cocinar un guiso de murciélagos, aderezado con salsa de soja y otros menjunjes también de origen chino, cosa que por esos lares son considerados una delicatessen. Y de un estornudo pasó a todo el resto del planeta y nos tuvo encerrados en casa, algunos esperando el apocalipsis, sin haber tocado ni visto en vivo y directo en su vida un murciélago, salvo uno que otro ratón de cola pelada aprendiendo a volar perseguido por algún gato cazador.

Mi primer contacto visual y terrorífico con un murciélago fue a la tierna edad de 5 años, ya que mi madre gustaba de ir al cine Portugal, uno que quedaba en avenida Diez de Julio esquina de Portugal en Santiago, que disponía de una enorme sala con butacas de cuero además de platea alta, hoy ya desaparecido como la totalidad de los cines de barrio donde la cartelera de esa época anunciaba Drácula con Béla Lugosi, un actor de origen austro-húngaro de mirada penetrante y finos modales, que interpretó al Conde Drácula en varias producciones de Broadway. La película que se llamaba precisamente Drácula, había sido filmada en 1931, pero que a fines de los 50 era reestrenada en el cine Portugal, para mi desgracia. Porque una película en blanco y negro de un ambiente lúgubre, con un tipo vestido con una capa negra que se transformaba en vampiro, que es una especie de murciélago, que dormía plácidamente dentro de un ataúd durante el día, y que tenía unos enormes colmillos con los cuales solía chuparle la sangre desde el cuello a una que otra damisela (desde luego rubia y bonita), que el guion hollywoodense le ponía en bandeja para deleite del actor y terror mío quien pasaba gran parte de la película escondido bajo el asiento y las piernas de mi madre creyendo que el vampiro saldría de la pantalla (menos mal que allí no orinaban). Para un niño de cinco años eso era lo más cercano a un apocalipsis que terminaba junto al aparecer FIN en la pantalla y se encendían nuevamente las luces del cine. Por su parte el llamado “Príncipe de las tinieblas de Hollywood”, Béla Lugosi, dicen que amaba tanto a su personaje que murió creyendo ser el conde Drácula. Gajes del oficio dirán.

EL DÍA DE LOS TRÍFIDOS

Como los apocalipsis de terror pareciera que atraen a la gente, a mediados de los 60 en un salón parroquial adaptado ocasionalmente como cine, a un par de calles de mi casa, un cartel anunciaba la película “El día de los trífidos” basada en la novela de John Wyndham, cine de ciencia ficción y terror. En aquellos días también había visto Flash Gordon, toda una novedad en cine de ciencia ficción. El día de los trífidos la fui a ver con unos amigos del barrio, y en tan sólo una ocasión me dejó impactado. Llegué a soñar con ella varias veces, como también ocurrió con Drácula. La busqué durante años tratando de recordar su nombre. Claro, como no es tan fácil recordar la condenada palabra trífido, que significa planta o flor abierta, surcada, separada o sajada en tres partes de su estructura, difícilmente me acordaría del título. Ya veremos por qué se llamaba así la película. El caso es que hace muy poco, un amigo que es cinéfilo y además con buena memoria, me dijo cuál podía ser la película. La busqué y al fin la encontré en Youtube, pudiendo verla nuevamente después de más de cincuenta años. Obviamente que el impacto no fue el mismo. Es que después de haber visto producciones como Alien: el octavo pasajero y toda su saga posterior, pasando por Depredador y el cine digital de hoy, una película como El día de los trífidos hasta puede parecer aburrida e ingenua. Sin embargo, debemos rescatar el valor de una obra en el contexto de la época que fue escrita.

La película El día de los Trífidos está basada en la novela del mismo nombre, escrita en 1951. Es una historia post apocalíptica, cuyo escenario sigue siendo tan acertado como aterrador. El personaje principal, un tal William Mansen, despierta un día miércoles en una cama de hospital con la vista vendada. Todo alrededor está en silencio, un silencio propio de un día domingo y extraño al interior de un hospital. ¿Le suena a algo parecido a lo que vivimos el 2020? Al quitarse la venda descubre que no hay nadie en el hospital y todo es un caos. Al fin descubre a otros seres humanos y todos sin excepción están ciegos, menos él (en el país de los ciegos, el tuerto es rey). ¿Qué había pasado? Hubo una lluvia de meteoros con unas brillantes y misteriosas luces verdes que dejaron ciego a todo el mundo. Pero Mansen producto de un accidente laboral justo antes de los meteoros verdes queda con la vista vendada y al perderse el espectáculo no sufre de ceguera como el resto.

¿Dónde entran entonces los trífidos en la historia? William Mansen trabajaba en una granja de trífidos, unas plantas gigantes manipuladas genéticamente que han mutado (éstos se adelantaron a Monsanto), son venenosas y carnívoras, una especie de híbridos entre animal y vegetal las cuales pueden caminar y escapan del laboratorio, razón por la cual Mansen se accidenta y por lo mismo se salva. Posteriormente los trífidos se esparcen comienzan a aparecer por todas partes, a invadir el planeta y a devorar a cuanto ciego encuentran. Por eso el nombre de la novela y de la película.

Al final quedan unos pocos seres humanos que no están ciegos e inician la lucha por sobrevivir en un planeta que se debate entre la desesperación y la barbarie.

EL DÍA DEL COVID-19

No he podido dejar de comparar y hacer un paralelo entre los trífidos y el mentado virus que nos tuvo confinados. Imagínese caminando a ciegas por una gran ciudad vacía mientras lo asedian unas plantas carnívoras. Los virus al igual que los trífidos no se pueden ver y lo asedian por todas partes. Cuando va al supermercado, cuando va a trabajar, cuando toma un medio de transporte, cuando hace fila para cobrar algo y poder comer.

Como en la película de los trífidos pareciera que en el año 2020 sólo faltaba una lluvia de meteoros. Pero al mal tiempo buena cara. Me quedaré con mi Drácula. Al menos descansaba en paz en el día.

18 abril 2023 Posted by | Cine, Para liberar endorfinas | Deja un comentario